La desigualdad en el ingreso ha sido, históricamente, una de las más graves dolencias de Latinoamérica. Por eso, es curioso que, si bien se ha destacado el adecuado manejo económico de los últimos años, incluyendo la crisis financiera mundial del 2008, no se haya enfocado un logro fundamental: por primera vez, la mayoría de los países latinoamericanos ha avanzado en la reducción de la desigualdad.
En efecto, durante la última década, 13 de los 17 países estudiados lograron reducir la desigualdad en el ingreso, luego de que en los años ochenta y noventa aumentara sistemáticamente. Así se desprende de un estudio del Center for Global Development, titulado “Declining Inequality in Latin America: Some Economics, some Politics”, que utilizó datos del Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata (Argentina) y del Banco Mundial. Estudios en curso sugieren una tendencia similar en Centroamérica.
Un componente de esos avances fue sin duda el entorno favorable para muchos países de Latinoamérica, aunque no todos, de los altos precios de sus productos de exportación, en particular el petróleo, los minerales y la soya, lo cual impulsó significativamente el crecimiento.
Este contexto fue resultado, podría decirse, de la “suerte”, puesto que ningún país ni Gobierno puede atribuirse el mérito por esos aumentos, ni tampoco podría achacarse culpa si en el futuro inmediato bajaran.
Educación y políticas sociales. Pero, junto con esa coyuntura internacional favorable, se conjugaron otros dos factores claves para la reducción de la desigualdad: la alta inversión en educación básica durante al menos dos décadas, que permitió elevar la capacitación de los estratos con menor acceso a las oportunidades laborales, y parejo a ello, el desarrollo de políticas sociales más activas y progresivas que se enfocaron en el segmento de familias más pobres y vulnerables de estos países. Brasil y México fueron pioneros en la región con sus respectivos programas Bolsa Familia y Oportunidades, a los que siguieron muchos otros países. Estos no fueron factores de “suerte”, sino de buenas políticas puestas en práctica por los Gobiernos.
El avance valioso y alentador en la disminución de la desigualdad no debe hacernos olvidar, en ningún momento, la realidad de que América Latina continúa siendo la región más desigual del planeta. Esto nos obliga a promover buenas políticas para que tales avances sean crecientes y sostenibles. Es decir, no debemos depender de la “suerte” (como los precios de las materias primas), sino de contar con políticas sólidas y sostenibles, si queremos seguir recortando sostenidamente las brechas.
A este respecto, el estudio del Center for Global Development analizó las diferencias en las medidas adoptadas por los regímenes de la izquierda populista (Argentina, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela), la izquierda moderada (Brasil, Chile y Uruguay) y los de la derecha moderada (Colombia, Costa Rica, México, Panamá y otros), para determinar no solo la eficacia de las políticas redistributivas, sino también su sostenibilidad.
Su conclusión fue que los sistemas moderados, sean de izquierda o de derecha, han sido más exitosos en reducir la desigualdad que los regímenes populistas de izquierda.
Un caso muy claro, señalan los autores, lo proporcionan Chile, Brasil y Uruguay, tres países de izquierda que combinaron apropiadamente el crecimiento y estabilidad económica con políticas sociales bien enfocadas sobre la base de una mayor educación.
Esta estrategia cuenta con la ventaja adicional de que incentiva la participación de la empresa privada, local y extranjera, en la tarea de generar y distribuir riqueza.
En claro contraste, los análisis concluyen que en los regímenes populistas de izquierda los buenos resultados han sido principalmente producto de factores exógenos, no controlados por sus gobernantes (como los altos precios de las exportaciones).
Esto significa que en dichos países no hay garantía de avanzar sostenidamente en la reducción de la desigualdad. En este sentido, ya se asoman los nubarrones de las altas tasas de inflación en Venezuela y Argentina. Esta última, el viernes pasado, se vio obligada a aumentar en 25% los salarios mínimos para compensar la inflación, aunque los maquillados datos oficiales la ubican muy por debajo de esa cifra.
Dado que son el impuesto más regresivo, las altas tasas inflacionarias afectan mayormente a los pobres.
Las debilidades de la receta populista también se reflejan en su impacto negativo sobre la clase media, al contrario a los regímenes moderados que facilitan su expansión. En efecto, según el estudio, mientras que Argentina y Venezuela disminuyeron su clase media entre 1990 y 2005 (en Argentina, del 39 al 31%, y en Venezuela prácticamente desapareció, al pasar de 21 a 3% de la población); tanto Chile como México, uno de izquierda moderada y otro de centro derecha, lograron aumentarlas significativamente, de 21 a 33% y de 18 a 28%, respectivamente.
Esto es muy relevante, porque las políticas que alientan reducciones de la desigualdad a largo plazo y a la vez estimulan el crecimiento de la clase media, como lo han logrado Chile, Brasil, México y Colombia, entre otros, contribuyen además a fortalecer el legítimo sistema democrático. Al propiciar estrategias de creación y distribución de la riqueza en el que todos se benefician, la democracia adquiere un blindaje especial frente a los dirigentes del populismo radical que se nutren de sectores sociales vulnerables y sin esperanza. De ahí que sea tan importante conocer y difundir las políticas capaces de intensificar y hacer sostenible la disminución de la desigualdad y el crecimiento de la clase media en toda Latinoamérica.